Educando en el asombro
“Quitar el asombro y rodear al niño de cosas que contienen poca belleza es desnaturalizarlo, robarle la infancia y empequeñecerle la razón”
- Catherine L’Ecouyer.
Este año entra en vigor la nueva ley educativa y nos encontramos con que tanto en el currículum de infantil como en el de Primaria se da importancia a la creatividad y al sentido estético, especificando, además que un medio para hacerlo y apreciarlo es el teatro. Se agradece que en un texto tan relevante se le dé importancia al sentido estético y se nombre específicamente a las artes escénicas. Aunque el teatro siempre ha estado presente en los currículum de todas las leyes, vincularlo a la estética le da una dimensión diferente porqué conecta directamente con la búsqueda de la belleza ya desde la infancia.
¿Por qué es tan importante el trabajo del sentido estético desde edades tempranas?
En primer lugar, conviene recordar que la capacidad de contemplar la belleza es inherente al ser humano, es natural, es innato, desde la época de las cavernas con las primeras pinturas rupestres, los hombres prehistóricos han buscado plasmar no solo la realidad, sino hacerlo de un modo agradable a los sentidos. Contemplar la belleza nos conecta con nuestro yo más profundo.
Como demuestran los estudios científicos, contemplar una obra de arte, acudir al teatro a ver una obra que nos emociona u observar una puesta de sol hace que nuestro cerebro segregue dopamina, que es la hormona responsable de que sintamos placer. Facilitar que los niños experimenten sensaciones placenteras a partir de la contemplación de la belleza nos permitirá criar individuos un poco más felices, individuos que se sorprenden y admiran el mundo que tienen delante, recordando que un niño que se sorprende es un niño que aprende.
Apreciar la belleza es una cualidad que puede y además debe cultivarse refinando esa capacidad con la que todos venimos al mundo, cuantas más oportunidades les ofrecemos a los niños para aproximarse a aquello que emociona y que se aprecia como bello, les estamos permitiendo ser también críticos, diferenciar aquello que no lo es, reconocer el “feísmo” y crear su propia variedad de gustos, puesto que no hay que olvidar la subjetividad que lo apreciado por medio de cualquier sentido puede tener para cada persona. La belleza tiene también su parte de imprecisión y es tarea del adulto acompañar en este descubrimiento y guiar en la búsqueda.
Las representaciones teatrales que se ofrecen a la infancia deben tener en cuenta la cultivación de ese sentido estético, huir de estereotipos y estridencias y ofrecer al niño la oportunidad de asistir a espectáculos cuidados no solo en el texto sino en la puesta en escena. En esta realidad actual en la que vivimos al filo de la inmediatez y la rapidez, la experiencia mágica que supone acudir al teatro, con sus rituales y sus múltiples lenguajes, su riqueza artística y cultural, nos ofrece la oportunidad de parar durante unos minutos el ritmo frenético de vida, respirar y rendirnos sin más a la belleza.
– Ana Fernández Nafría.